Pena

| lunes, 5 de junio de 2017

(música de fondo para este post: "I Grieve" por Peter Gabriel)


Cuando te llega la pena como un gorila morado
considérate un tipo con suerte.
Tendrías que ofrecerle lo que quedó
de la cena, dejar el libro que intentabas
terminar,
y hacerle espacio para que se siente a los pies de tu cama,
sus ojos yendo y viniendo
del reloj al televisor.
No tengo miedo. Antes ya estuvo acá
y ahora reconozco su andar
al acercarse a la casa.
Algunas noches, cuando la oigo venir,
saco la llave, me acuesto boca arriba
y cuento los pasos
desde la calle hasta el porche.
Esta noche trae lápiz y papel,
me pide que anote
a todas las personas que he conocido
y que los separemos en vivos y muertos
eligiendo cada nombre al azar.
Pongo su disco favorito de Willie Nelson
porque ella extraña Texas,
pero no pregunto por qué.
Tararea un poquito,
como mi hermano cuando arregla el jardín.
Nos sentamos una hora
y me habla de lo poco razonable que he sido
al ponerme a llorar en la cola del supermercado,
al negarme a comer y a bañarme,
al
fumar y tomar tanto.
Al final me pasa uno de sus brazos
pesados y violetas alrededor, apoya
su cabeza contra la mía,
y de pronto las cosas se ponen románticas.
Así que le digo:
las cosas están poniéndose románticas.
Ella tira otro nombre, esta vez
de entre los muertos,
y se da vuelta a mirarme como un padre
cuando quiere hacerte sentir avergonzado.
Dice: ¿Románticas?
mientras lee el nombre en voz alta, lentamente,
y tomo conciencia de cada sílaba, cada vocal
que envuelve los huesos como músculo nuevo,
del sonido del cuerpo de esa persona
y de la negligencia,
el descuido con que ese nombre está en una lista y no en la otra.


                                                                                                                   Mathew Dickman

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