La que custodia el fuego

| lunes, 29 de marzo de 2010
(música de fondo para este post: "Entra a mi hogar", por Horacio Fontova)

(...) Hubo un tiempo hermoso e irrecuperable en que la gente tenía un lugar en el mundo. Una especie de vientre cálido, de corazón para habitar. Yo atesoro para mí (o ahora lo invento) el recuerdo de una infancia y una adolescencia de amor en las cocinas. He escrito amor, sí. Porque ahora me parece que todo sucedía en las cocinas. Los deberes y las comidas junto a la radio; los juegos de lotería al reparo de las tormentas y de los miedos de la noche; los primeros poemas. Y el amor.
(...)Vivimos en ciudades de cemento y vidrio y alumbrado eléctrico. Viviremos, si sobrevivimos a nuestra locura, en torres de aluminio o fórmica, o en subtérraneas necrópolis antiatómicas. La memoria arcaica de la especie, sin embargo, no olvida las primeras noches temblorosas y comunitarias, las fábulas guturales junto a la hoguera, y por eso todavía los hombres se siguen juntando en los fogones. Ir al cine o mirar televisión tienen el mismo origen arcaico y tribal, la adoración del fuego. Por algo se llama hogar a las chimeneas de leña; por algo se decía: "al amor de la lumbre". Hogar y amor. Ya no van quedando cocinas en Buenos Aires: cuando desaparezcan del todo: ¿recordaremos todavía el significado de estas dos palabras?

Abelardo Castillo, "Las palabras y los días"

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