Hablando

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| viernes, 30 de julio de 2010
(música de fondo para este post: "Talk to Me", por Peaches)

Hay que decirlo de una vez: es mentira que hablando se entiende la gente. Sin contar a aquellos que no están interesados en prestar una mínima atención a lo que dicen, los terribles esfuerzos que se hacen por poner en palabras lo que se desea expresar, caen inmediatamente en saco roto ante la blindada percepción del interlocutor. Así, a menos que el discurso, por su claridad y simpleza, no admita más que una interpretación (hecho infrecuente si los hay), lo que tenemos es que usted dice algo y quien (aparentemente) lo está escuchando entiende cualquier cosa menos lo que usted quería decir. Según estudios recientes esto podría constituir una de las varias razones por la cual la vida de las personas transcurre, en general (seguro hay excepciones, aunque no las conozco), entre desencuentros de toda índole, increíbles confusiones y eventos desafortunados varios.
Ya en la antiguedad, el filósofo griego Eucalidio, cansado de que lo malinterpreten, se negó a seguir hablando, lo que provocó una profunda impresión (y, algunos dicen, alivio) entre sus discípulos.
Algunas corrientes de pensamiento aseguran sin embargo que la interpretación fallida (cuando no la ignorancia manifiesta) del habla ajena, favorece la unión de los seres humanos y el progreso de la humanidad. El destacado linguista Aaron Lehman ha dedicado varios años a la investigación de estos temas; sus conferencias son multitudinarias y muy celebradas, entre otras cosas, porque nadie entiende lo que dice.
Habiendo leído esto, queda flotando la sensación de que da lo mismo decir cualquier cosa, o incluso no decir nada. Quien lo sabe. En todo caso, si van a decirme algo, sería bueno que sea que me quieren; aunque si no es así, siempre tengo la posibilidad de malinterpretarlo...
Buenas Tardes.

La última inocencia

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| miércoles, 21 de julio de 2010

(música de fondo para este post: "Piedra y Camino", por Atahualpa Yupanqui)

Partir
en cuerpo y alma
partir.

Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta


He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más formar fila para morir.


He de partir.
Pero arremete, ¡viajera!

Alejandra Pizarnik, "La Última Inocencia", 1956

Polemistas

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| viernes, 9 de julio de 2010
(música de fondo para este post: "Milonga del Peón de Campo", por Jairo)

Varios gauchos en la pulpería conversan sobre temas de escritura y de fonética.
El santiagueño Albarracín no sabe leer ni escribir, pero supone que la palabra trara* no puede escribirse. Crisanto Cabrera, también analfabeto, sostiene que todo lo que se habla puede ser escrito. - Pago la copa para todos - le dice el santiagueño - si escribe trara. - Se la juego - contesta Cabrera; saca el cuchillo y con la punta traza unos garabatos en el piso de tierra. De atrás se asoma el viejo Álvarez, mira el suelo y sentencia: - Clarito, trara.
*trara: trípode de hierro para la pava del mate.

Luis Antuñano, Cincuenta años en Gorsch. Medio siglo en campos de Buenos Aires (Olavarría, 1911)
 

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