Nada Detrás

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| sábado, 26 de marzo de 2011
(música de fondo para este post: "Stuck in a moment you cant get out of", por U2)

Caminó y caminó, equivocando el rumbo. En el fondo tenía esperanza de que aparecería algo que le hiciera torcer la huella(pero ya se sabe, el fondo es oscuro y casi nunca hay algo ahí). Al final del sendero estaba el abismo. Miró para atrás, y se dio cuenta de que nada había dejado. Se estremeció. Cerró los ojos. Saltó. Tan alto y con tanta suerte saltó, que cayó del otro lado del abismo, sano y salvo. Otros senderos lo esperaban. Siguió andando entonces. Le pareció que se sentía mejor en este nuevo camino. Con el tiempo, comprendió que había logrado algunos cambios; por ejemplo, cambió sus antiguas angustias por otras, menos profundas. Nada menos, nada más.
Y es que al final de ese camino estaba lo que siempre había buscado, aunque había tardado tanto en llegar que ya no lo recordaba (fiera venganza la del tiempo). Miró para atrás, y se dió cuenta de que nada había dejado. Se encogió de hombros (ahora pienso que tal vez sonrió). Bajo la sombra de un sauce, se durmió y soñó que no se despertaba más.

Caminos

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| domingo, 20 de marzo de 2011

(música de fondo para este post: "El Bien Perdido", por Juan Falú")

Sin embargo, habrá que decirles antes quién y qué cosa era Matilde Arcángel. Y allá voy.
Les contaré esto sin apuraciones. Despacio. Al fin y al cabo tenemos toda la vida por delante.
Ella era hija de una tal Doña Sinesia, dueña de la fonda de Chupaderos; un lugar caído en el crepúsculo como quien dice, allí donde se nos acababa la jornada. Así que cuanto arriero recorría esos rumbos alcanzó a saber de ella y pudo saborearse los ojos mirándola.
Porque por ese tiempo, antes de que se desapareciera, Matilde era una muchachita que se filtraba como el agua entre todos nosotros.
Pero el día menos pensado, y sin que nos diéramos cuenta de qué modo, se convirtió en mujer. Le brotó una mirada de semisueño que escarbaba clavándose dentro de uno como un clavo que cuesta trabajo desclavar. Y luego se le reventó la boca como si se la hubieran desflorado a besos. Se puso bonita la muchacha, lo que sea de cada quien.
Está bien que uno no esté para merecer. Ustedes saben, uno es arriero. Por puro gusto. Por platicar con uno mismo, mientras se anda en los caminos.
Pero los caminos de ella eran más largos que todos los caminos que yo había andado en mi vida y hasta se me ocurrió que nunca terminaría de quererla.

Juan Rulfo, "La Herencia de Matilde Arcángel"

Otra Taza de Té

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| sábado, 12 de marzo de 2011
(música de fondo para este post: "Oh So Lovely", por EELS")
Es de esta poción de la que cantó Lu T'ung, el poeta T'ang: "La primera taza humea en mis labios y en mi garganta; la segunda quiebra mi soledad; la tercera, penetra en mis entrañas y remueve en ellas millares de raras ideografías; la cuarta me baña en leve sudor y todos los pesares de mi vida son eliminados a través de mis poros. A la quinta taza estoy purificado, la sexta me transporta a la morada de los inmortales. La séptima... !Ah, la séptima! pero ya no puedo beber más. Siento que el soplo de un aura fría hincha mis mangas. ¿Dónde está Horasain*, nuestro paraíso? !Ah! dejad que me encarame sobre esta dulce brisa, me meza en sus ondas y que ella me conduzca allí"

* míticas islas del mar occidental, asociadas con la inmortalidad.


Kakuzo Okakura, "El libro del té"
 

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