La Realidad

| domingo, 25 de junio de 2017



(música de fondo para este post: "I'm only Sleeping" por The Beatles)
 
La realidad no se desvanece
como se desvanecen los sueños.
Ni ruidos ni timbres
la dispersan,
ni gritos ni estruendos
la interrumpen.

Las escenas en los sueños
son equívocas y ambiguas,
y esto se puede explicar
de muy diversas maneras.
La realidad se define a sí misma,
por eso es mayor su misterio.

Para los sueños hay llaves.
La realidad se abre sola
y no se deja cerrar.
Por el resquicio se asoman
certificados y estrellas,
se derraman mariposas
y almas* de viejas planchas,
gorros sin cabeza
y cráneos de nubes.
De esto surge un acertijo
que no tiene solución.

Sin nosotros no habría sueños.
Aquél sin quien no habría realidad
no es conocido,
y el producto de su insomnio
se contagia a todo
el que despierta.

No deliran los sueños,
delira la realidad,
aunque sea por la insistencia
con que se aferra
al curso de los acontecimientos.

En los sueños aún vive
nuestro difunto reciente,
goza de buena salud,
se ve incluso más joven.
La realidad tiende ante nosotros
su cuerpo sin vida.
La realidad no retrocede ni un paso.

Los sueños son tan ligeros
que la memoria se los quita de encima fácilmente.
La realidad no tiene que temerle al olvido.
Es hueso duro de roer.
Nos trae de cabeza,
nos pesa en el alma,
se nos enreda en los pies.

No hay escapatoria,
la realidad nos acompaña en cada huida.
Y no hay estación
en nuestro itinerario
en la que no nos espere.

                                             


                                                  Wislawa Szymborska


* La barra de metal caliente que solía insertarse en las viejas planchas no eléctricas era llamada "alma" en Polonia.


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